Un palacete con aires europeos
En las afueras de la Ciudad, una
imponente mansión de principio del siglo XX capta la atención de todos desde su
construcción
En la época en que los cadetes
del Servicio Penitenciario cumplían sus estudios como internados, el cuento de
las noches de guardia hablaba del fantasma que deambulaba por el inmenso parque
del caserón, espectro de la hija de Oreste Santospago, el italiano que
construyó, a principios del Siglo XX, la soberbia mansión que domina, por su
belleza y magnitud, la avenida 44 a la altura de la calle 135. La joven, narra
la leyenda, padecía de tuberculosis, y para atenuar los efectos de la
enfermedad navegaba con un pequeño bote por el arroyo que cruzaba la estancia y
del que hoy es muestra de su existencia un par de puentes que no se retiró al
entubar el canal.
A la salida de la Ciudad un
palacio señorial irrumpe en la fisonomía de una zona que se fue poblando de a
poco con viviendas bajas y locales comerciales. Una torreta cargada de molduras
y un mirador serpenteado por una decorativa balaustrada sobresalen desde lo
alto, atrás de una construcción de estilo italiano y en medio de un parque
verde y frondoso. Al predio que ocupa tres manzanas -desde la calle 133 a 135 y
desde 44 a 46- lo llaman, evocando al constructor que fundó allí su hogar y la
sede de su empresa, Quinta Oreste Santospago. Desde hace cuarenta años es el
establecimiento de formación de los agentes penitenciarios y ya lejos del sistema
de pupilos (los estudios se cursan como en cualquier instituto de enseñanza
superior) la llama de la historia del espíritu andador se va apagando.
La propiedad la adquirió el
gobierno de la provincia de Buenos Aires en 1969. Primero fue la Escuela de Cadetes
y luego se convirtió en el Instituto Superior de Formación y Capacitación del
Personal Penitenciario. Una larga historia precede a la operación inmobiliaria.
Santospago había nacido en la región de Abruzo, y llegó a la Argentina
impulsado por un genio inquieto que lo guiaba hacia el camino del progreso. Se
asentó en La Plata, todavía habitada por unos pocos pobladores, en su mayoría
inmigrantes italianos. Creó una empresa constructora y al poco tiempo levantó
el palacete donde viviría con su familia y conduciría la compañía.
Similar a las edificaciones de
las antiguas y suntuosas villas de la península europea, la Quinta Oreste
Santospago se caracteriza por la nobleza y calidad de los materiales que se
usaron para su construcción -todos traídos de Italia- y por un diseño único del
casco de la propiedad, que se despliega en una casa principal, una salón de
billar, un anexo desde donde se atendían los requerimientos de la empresa y un
elevadísimo y magnífico tanque de agua.
Recorrer el sector original de la
estancia (con los años y por razones funcionales se añadieron construcciones)
es un paseo por la estética dominante de tres siglos atrás. El emprendedor
italiano, porfiado y obsesivo de las formas, quiso vivir en una réplica de la
arquitectura de sus antepasados. Así, maravillan una estufa-hogar de mármol de
Carrara con estatuillas y frisos de bronce; un aparador de ébano espejado que
aún conserva los soportes donde se apoyaban los tacos de billar; arañas de
varios brazos trabajados en detalle; mosaicos de granito que mantienen
impecables las guardas con dibujos florales; el tanque de agua-mirador,
retorcido hacia arriba con una escalera interna tipo caracol; las moldeadas
vigas de los cielorrasos a tono con el mobiliario; cristales biselados; y una joya
del arte platense de principios del siglo pasado: los frescos que pintó José
Speroni en 1927 y que circundan, a modo de mural, el hall de entrada de lo que
funciona como área administrativa.
Los jardines -aunque nada
igualará a los de antaño, según los testimonios de antiguos vecinos de la zona,
con faisanes, un enorme palomar, viñedos, árboles frutales, orquídeas y una
flora exótica y abigarrada -merecen una mención puntual. Hoy quedan de entonces
los rosales, arbustos de variadas especies, el zigzagueo de caminos que se
bifurcan hacia todos los sectores del muro perimetral y la extensa pérgola que
seguro fue el espacio de reuniones sociales de las noches de verano.
Otro detalle llamativo es que
mientras vivió Oreste parte de la quinta se utilizó para la producción
frutihortícola. Solidario, y sin olvidar sus orígenes, el dueño de las parcelas
destinaba una buena porción de los cultivos para repartir entre las familias
que habían sufrido el drama de la guerra.
PATRIMONIO CULTURAL
Declarado Patrimonio Cultural de
la Provincia en 2007, el conjunto arquitectónico fue una atracción sin igual en
los primeros años de la Ciudad. Las puertas del palacio estaban abiertas a la
comunidad, contingentes de alumnos y público en general lo visitaban para pasar
un día de campo que incluía el aprendizaje de algunas prácticas rurales. Desde
hace un tiempo, cada año, al celebrarse el Día Internacional de los Monumentos
y Sitios, la Quinta Oreste Santospago es parte de la propuesta. A la
singularidad de la propiedad se le añade el interés por la sala histórica,
donde se exhiben los trajes de gala y fajina que han utilizado los cadetes a lo
largo de los años.
Julio Ríos dirige el Instituto
Superior del Servicio Penitenciario. Su escritorio está ubicado en la casona de
amplios ambientes, sobre antiguos listones de pinotea y en medio de una
carpintería centenaria. El funcionario es, además de la autoridad máxima del
establecimiento, egresado de la ex Escuela de Cadetes. Siente una profunda
admiración por el lugar y no disimula su apego a la sede de la institución.
"Todavía me asombro. Se ven las arañas, los pisos, las aberturas
originales. Para mí es una madre institucional", confió.
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Fecha de construcción: 1925
Estilo:Italiano
Constructor: Oreste Santospago
Destino original: Vivienda
familiar y sede de empresa constructora
Destino actual: Instituto
Superior de Formación y Capacitación del Personal Penitenciario